Un destello
blanco sucedió dentro de mí acompañado de un sonido ahogado. Blanco y ahogado,
así fue el destello. Por no creer en los cielos descarte la posibilidad de
alguna artimaña de los astros. Le reste importancia hasta entrada la noche.
Cuando me acosté nuevamente el destello blanco y ahogado comenzo dentro de mi cabeza.
Como una bomba que explotaba en el centro del cráneo, cubriendo todo el cerebro
de un humo gris. El hongo nuclear se elevaba lentamente, como la espuma
efervescente del champagne. Quede duro, se me tildaron las ideas, se congelaros
mis ojos. Todo enmudeció alrededor. El humo bajo junto al ruido ensordecedor.
El sol en el medio del cielo iluminaba mi desnudes que reposaba sobre unas
ramas secas que propiciaban de cama. Nadie más estaba ahí, solo se veía la
selva a metros de mis pies callosos. Arrastrando el cuerpo mitad despierto y
mitad dormido, decidí entrar y perderme dentro de la soberbia flora. Después de
varios minutos de caminata me topé con un viejo árbol, un ombú. De él colgaban
cabeza para abajo, todos mis muertos. Me acerqué y llore delante de cada uno de
ellos. Los escupí, los golpeé y los termine besando. Después de varios minutos en silencio, mientras la luna comenzaba
su ritual, todos juntos, al unísono, gritaron: ¡matar al mimo!
Excelente!!!!!
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