jueves, 14 de marzo de 2013

e. Matar al mimo


La oferta es abundante, no así el buen gusto. Puedo sentarme frente a un grupo de abogados con la panza llena de expedientes, compartir la mesa con yupis de outlet que cuidan más al celular que a su madre, comer algo con secretarias que huelen a perfume de oferta,  juntar los codos en la barra con albañiles o almorzar en la vereda como el coctel étnico que mira asombrado las luces y los vidrios espejados. Nada de eso. Me acomodo bajo el sol que cubre el pasto de la plaza. Una vez acostado cierro los ojos, dejo por un momento los miedos que te impone la ciudad. Pienso, aunque no lo quiera hacer. Los resultados últimamente no son favorables. Lejos estoy del sueño que tenia de chico, de las proyecciones de adolescente y de las certezas veinteañeras. Nada hay en mí de lo que quise ser. Un papel de color con forma de origami, levitando sobre el cemento, alcanzando el primer roció del invierno para bañarse sin que nadie me vea. La nota que entra por el oído y avanza hasta clavarse como lanza en el pecho, rebotando infinitamente haciendo flotar el cuerpo. La risa que se forma en tu boca al verme llegar. Nunca tan lejos como ahora. Pienso en singular. Las amistades las perdí hace unos años atrás cuando el egoísmo empezó a dar sus primeros pasos. La soberbia también hizo lo suyo. El olor a marihuana que viene del picnic improvisado de oficinistas a metros mío me despierta. Como última imagen me quedo observando una joven pareja dándole a la bolsa. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo y vuelo a trabajar.

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