domingo, 14 de abril de 2013

4. Matar al mimo


Sus ratos libres los gastaba en el ejercicio de la lectura. No solo se alimentaba de telenovelas, sino que además consumía libros. Los devoraba.  Más de una vez la encontré sentada en el sillón con las piernas en cruz escribiendo en un cuaderno. Escribía rápido, con la mirada fija en la hoja cuadriculada. Apretaba fuerte la birome, como si tuviese miedo de que se escapara y perdiera lo que debía escribir. Pasaba las carillas, no frenaba. No era mi mama la que estaba en el sillón. Nunca pude leer lo que escondía en esas hojas. Se encargaba de guardar la libreta en profundos estantes, junto a tantos secretos que deben reposar olvidados en los finales de los muebles. Tampoco notó que la observe, jamás se lo dije, no quería quitarle el único momento de intimidad que tenía. Me gustaba verla en esa situación: ella, su cuaderno y el sillón. Me hubiese gustado eternizar ese momento, hacerlo pintura. Ella se perdía, escribía y se volvía a perder de nuevo. No levantaba la mirada, la fundía con las líneas del papel. La tinta se deslizaba formando frase que ella disfrutaba con una sutil sonrisa. Era tantas y una sola a la vez. Virgen de sal. Los fines de semana con mi papa en el departamento el accionar de ella cambiaba drásticamente. Nada de sillón, menos de sonrisas. Ella trocaba su cuaderno por la revista de sopa de letras. Armaba las palabras que su boca no se animaba a vomitar. 4 letras, vertical.

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