Poco para hacer el domingo. Amanecemos, desayunamos lo que queda en la
heladera y volvemos a la cama para hacer la digestión. Boca arriba miramos el
trabajo silencioso de la humedad que cubre todo el techo. Sandra comienza con las ofertas dominicales:
— ¿Queres que vayamos a visitar a tu mama?
—No, no tengo ganas hoy.
— ¿Hace cuánto que no vas?
—No me acuerdo, una, dos semanas.
— ¿Pero la llamas para saber cómo está?
—Sí, hace unos días hable. Estaba todo bien. Pero prefiero no sé, hacer
otra cosa.
No hablo con ella desde hace más de dos semanas, no sé nada de su vida.
Ella tampoco sabe de la mía ni me llama. Nuestro dialogo esta moribundo y nada
hacemos por revivirlo.
— ¿Y al cine?
—Ni idea que películas hay.
—Entonces a la plaza, comemos algo ahí y listo.
—Bueno.
Uno de los pocos placeres que me suelo dar a principio de mes es el viajar
en taxi. Bajamos, lo paro y nos subimos. Le indico nuestro destino: la plaza que
queda pegada al cementerio, cerca de la avenida. Sandra mira por la ventana y
se divierte hablando con el chofer. Mis ojos se turnan entre el taxímetro y la ficha con los datos personales del
conductor que cuelga detrás de su asiento. La leo, miro la foto, el espejo
retrovisor y vuelvo a los datos para regresar otra vez al taxímetro. Como los
carteles en las jaulas de los zoológicos que hacen una breve descripción del
animal en cautiverio, esta ficha ofrece su nombre, DNI , datos del auto y una
foto carnet. ¿Qué somos sino más que animales?. Detrás del bigote oculta los dientes manchados
de nicotina, igual que mi tío Octavio. Llegamos, como antesala de la plaza, Sandra me
obliga a acompañarla por la feria. A desgano y tropezándome con la gente
hicimos el recorrido de principio a fin, viendo todo, comprando nada. Nos
sentamos en el pasto. Con unos sanguches que compramos al vendedor de cara más
confiable y unas gaseosas, armamos un improvisado pic nic. Otra vez la digestión
en posición horizontal. No hay techo, pero si un cielo soberbio, celeste. Sandra
duerme. Me gusta, brilla inocente. Yo no puedo dormir, escucho todo alrededor,
gritos, cantos, llantos. Me levanto para acomodarme y los veo. Ahí están ellos,
llenándose de sol, acumulando el calor para pasar la noche en la calle. Reptiles.
Se arrastran por el pasto, por las veredas, sucios como siempre, con sus trapos
y bolsas. Me reconocen, los dejo de mirar, murmuran atrás mio. Uno se ríe y
suelta al aire: —Hace mucho que no venís pibe. La despierto a Sandra y nos
vamos. No entiende porque la apuro. No sabe de mis episodios, de las noches de
fantasmas. Nunca dejaremos de serlo.
Muy bueno. Y me encantó la comparación de las fichas de los choferes de taxis con los carteles de los zoológicos.
ResponderEliminarCoincido Guillermo, me gustó mucho también!
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