domingo, 26 de mayo de 2013

n. Matar al mimo


Sandra no pregunta porque nos fuimos. Tampoco habla. Como si supiera el motivo o simplemente no le importara. Caminamos apurados, sin agarrarnos la mano. Lo que queda de la tarde la pasamos en silencio. En cada esquina mientras esperamos que el semáforo nos de paso miramos el cielo que de a poco se va oscureciendo. Desearía que Sandra desaparezca. Sé que si se va no la extrañaría. Poco queda en mí de lo que sentía por ella. No la necesito al lado mio. Hay dos motivos por los que no decido terminar: uno es la falta de voluntad, el otro el miedo. Amamos por miedo y este es el sentimiento que hoy me invade. Sandra es mi rehén. Subimos al departamento mientras nos vamos sacando el abrigo. Una vez dentro la agarro de la cara. Sandra despertate y ándate, déjame, grítame lo basura que soy, abrí los ojos, desnudame en pleno invierno, mostrame mis sueños, anda a buscar los tuyos lejos de acá, no me toques, callame, pégame, ignorame. ¿No te das cuentas que soy tu lastre? No te vayas Sandra, por favor despertame. Mientras pienso mi lengua nada como un pez herido por su paladar, nos sacamos lo que resta de ropa a las apuradas. Somos dos torpes desvistiéndonos. Me empuja a la cama con vehemencia. Me tira del pelo, me muerde, me araña. Todos sus movimientos están cargados de bronca. No es la Sandra que juntaba plumas en la plaza, ni la que le lee versos de Juanele a su abuela Carmen. Esta bañada de excitación y dolor. Me escupe la boca, me pasa su saliva por el cuello, por mi pecho. Luchamos por subirnos uno arriba del otro, por el mero placer del control. Me insulta, me coge, me ata. Sandra me ama mientras yo muero de miedo.

domingo, 19 de mayo de 2013

m. Matar al mimo


Poco para hacer el domingo. Amanecemos, desayunamos lo que queda en la heladera y volvemos a la cama para hacer la digestión. Boca arriba miramos el trabajo silencioso de la humedad que cubre todo el techo. Sandra comienza con las ofertas dominicales:
— ¿Queres que vayamos a visitar a tu mama?
—No, no tengo ganas hoy.
— ¿Hace cuánto que no vas?
—No me acuerdo, una, dos semanas.
— ¿Pero la llamas para saber cómo está?
—Sí, hace unos días hable. Estaba todo bien. Pero prefiero no sé, hacer otra cosa.
No hablo con ella desde hace más de dos semanas, no sé nada de su vida. Ella tampoco sabe de la mía ni me llama. Nuestro dialogo esta moribundo y nada hacemos por revivirlo.
— ¿Y al cine?
—Ni idea que películas hay.
—Entonces a la plaza, comemos algo ahí y listo.
—Bueno.
Uno de los pocos placeres que me suelo dar a principio de mes es el viajar en taxi. Bajamos, lo paro y nos subimos. Le indico nuestro destino: la plaza que queda pegada al cementerio, cerca de la avenida. Sandra mira por la ventana y se divierte hablando con el chofer. Mis ojos se turnan entre el taxímetro  y la ficha con los datos personales del conductor que cuelga detrás de su asiento. La leo, miro la foto, el espejo retrovisor y vuelvo a los datos para regresar otra vez al taxímetro. Como los carteles en las jaulas de los zoológicos que hacen una breve descripción del animal en cautiverio, esta ficha ofrece su nombre, DNI , datos del auto y una foto carnet. ¿Qué somos sino más que animales?. Detrás del bigote oculta los dientes manchados de nicotina, igual que mi tío Octavio. Llegamos, como antesala de la plaza, Sandra me obliga a acompañarla por la feria. A desgano y tropezándome con la gente hicimos el recorrido de principio a fin, viendo todo, comprando nada. Nos sentamos en el pasto. Con unos sanguches que compramos al vendedor de cara más confiable y unas gaseosas, armamos un improvisado pic nic. Otra vez la digestión en posición horizontal. No hay techo, pero si un cielo soberbio, celeste. Sandra duerme. Me gusta, brilla inocente. Yo no puedo dormir, escucho todo alrededor, gritos, cantos, llantos. Me levanto para acomodarme y los veo. Ahí están ellos, llenándose de sol, acumulando el calor para pasar la noche en la calle. Reptiles. Se arrastran por el pasto, por las veredas, sucios como siempre, con sus trapos y bolsas. Me reconocen, los dejo de mirar, murmuran atrás mio. Uno se ríe y suelta al aire: —Hace mucho que no venís pibe. La despierto a Sandra y nos vamos. No entiende porque la apuro. No sabe de mis episodios, de las noches de fantasmas. Nunca dejaremos de serlo.

domingo, 12 de mayo de 2013

l.Matar al mimo


—Había nutrias gigantes que destruían toda la ciudad, invadían las avenidas, las plazas, talaban monumentos con sus dientes, brotaban de la boca de los subtes. Decenas, ciento de nutrias corrían desesperadas por las calles. Las personas gritaban de miedo, algunas saltaban de los edificios, se suicidaban, mataban a sus hijos ante el avance roedor.
— ¿Para tanto?
—Te lo juro. Yo estaba en la esquina de la que parecía ser mi casa y veía como delante de mí se levantaba una polvareda monumental. Una horda, una manada de animales se acercaban, nada parecía detenerlos. Me quede dura, no avance, no corrí, no hice nada. Firme me quede esperando la embestida. La nutria alfa, la más grande de todas, con unos dientes y garras respetables se me acerco. Freno el paso, jadeando, sudando. El grupo que la acompañaba detuvo la marcha, quedo relegado, expectante. La nutria se inclinó ante mis pies, agacho su cabeza, extendió sus patas y quedo a mi merced. Atine a tocarla, tímidamente coloque mi mano sobre su pelaje. Le rasque el hocico. Y ahí nomás me desperté.
¿Siempre el mismo sueño?
No siempre, pero lo estoy teniendo bastante seguido.
— ¿Así que una nutria gigante se inclina delante tuyo después de romper toda la ciudad?
—Eso mismo, como si yo fuese un ser superior, no sé, como su amo.
—Vos sos una reina, vení, dame un beso.
—No salí, me estas cargando.
—Te juro que no, a mí también me paso de haber soñado cosas sin sentido. Acercate, dale, dame un beso.
—Basta, no quiero.
En su negativa siempre hay un dejo de aprobación. La beso, la embisto. Ella me recibe sin poner ninguna resistencia. Se deja, se entrega. Beso sus labios, enredo mis dedos en su pelo, ato mis manos a su cuello. Nuevamente los pétalos brotando de su boca. Muerdo su pera, despacio, suave, de la misma manera que baja mi lengua por su cuello tratando de absorber el primer sudor producto de la excitación. Nos dejamos caer arriba de la cama. Balbucea, le respondo, balbuceo, un nuevo idioma nos abduce. Nuestras extremidades se transforman en antenas. Nos abrazamos y enroscamos entre sabanas que huelen a carne cruda. Somos nutrias, somos caballo y jinete en plena doma, de horizontal a vertical. Rendidos mirando el cielorraso no quedamos un rato, pocos minutos, hasta que la realidad revela nuestra desnudes y deja al descubierto la vergüenza. 

domingo, 5 de mayo de 2013

k. Matar al mimo


No supe su nombre hasta recién el segundo encuentro en la plaza. Al principio nos veíamos de a ratos, durante mi hora de almuerzo. Yo hacía dos meses que me había ido de la casa de mis papas. Todavía nadie había visitado el monoambiente. Pasaban las semanas y con ellas nuestra incapacidad para poner un freno ante el avance de los deseos. Entraron para quedarse, como los miedos. Sandra aún conserva la frescura de la niñez intacta en un cuerpo frágil e ingenuo. A pesar de su corta edad, ya había visitado los recintos de la humillación. Hija mayor de una familia entrerriana de junqueros. Tradición secular de extraer juncos del rio, cortarlos, secarlos y venderlos. Tuvo que venirse a buenos aires para cuidar de su abuela Carmen que padece mal de Alzheimer. Viven en congreso, frente a la plaza. Abuela y nieta duermen y sueñan con volver a la costa del rio. Extrañan su santo. Cuando la memoria visita a Carmen se ponen a mirar fotos blanco y negro sobre el sillón. Son dos almas huérfanas sueltas en la ciudad.  Mamushkas. Toman mate con bizcochos, se ríen, miran juntas la novela. Ojos celestes, manos arrugadas, gastadas y frías. Abuela y nieta. Una desea que su vida sea eterna, la otra anhela que suya sea diferente. A los dos las une el rio que ya no oyen, el cielo que ya no ven. No hay destino cierto en Sandra, le teme al futuro ¿Qué hará cuando su abuela ya no esté más? ¿Que la atara a la ciudad? Carmen le pide perdón todas las noches antes de dormirse por  su enfermedad, Sandra la abraza  como se abraza a los recuerdos para que se queden. La abraza y le lee versos de Juanele:

Fui al río, y lo sentía
Cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
Que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
Cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
Sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
Con sus primeras sílabas alargadas,
Pero no podía.

Duerme Carmen, llora Sandra. ¿Cuántas almas huérfanas pueden habitar en un cuerpo?

miércoles, 1 de mayo de 2013

j. Matar al mimo


Cuando descubrí que tenía los bolsillos llenos de pasado, en ese momento apareció Sandra. Para ese entonces acumulaba más derrotas amorosas que victorias. No pensaba que iba a ser parte de su futuro, que íbamos a compartir juntos los días como lo seguimos haciendo. Hay una fibra invisible que nos une, un lazo imperceptible para el afuera que nos mantiene vivos. La primera vez que la vi, ella andaba gastando la suela de sus zapatos en la plaza que queda a cinco cuadras de mi trabajo. Caminaba a paso lento, con una dulzura inusitada pisaba las baldosas del parque. Su mirada se perdía en las ramas que se fusionan con las nubes y el cielo, yo me quedaba tildado observando su mirar. La ropa holgada que vestía me invitaba a imaginar su cuerpo. Pequeños pechos moviéndose al compás de su andar. Uvas carnosas. La suavidad de la manzana hecha carne, blanca y fina su piel. Jugo de naranja su boca. Siempre el mismo vestido azul, juntos al pañuelo cubriendo el cuello y el mismo espectador sentado sobre el pasto. Llevaba colgando un morral verde donde colocaba las plumas que juntaba del suelo. Un atardecer, con una excusa absurda, me fui antes del trabajo. Corrí hasta la plaza para poder verla. Antes de llegar iba tomando coraje, me convencía de que la miraría a los ojos y sin más, le daría un beso que la haría temblar. Tembló mi boca cuando le quise hablar. Hablo Sandra por mí. Mi voz fue silencio frente a ella. Ella rio. Reí. Reímos juntos. Juntamos las plumas que aún quedaban. Quedamos tendidos en el pasto de la plaza entre uvas, manzanas y plumas.