No supe su nombre hasta recién el segundo encuentro en la plaza. Al principio
nos veíamos de a ratos, durante mi hora de almuerzo. Yo hacía dos meses que me había
ido de la casa de mis papas. Todavía nadie había visitado el monoambiente. Pasaban
las semanas y con ellas nuestra incapacidad para poner un freno ante el avance
de los deseos. Entraron para quedarse, como los miedos. Sandra aún conserva la
frescura de la niñez intacta en un cuerpo frágil e ingenuo. A pesar de su corta
edad, ya había visitado los recintos de la humillación. Hija mayor de una
familia entrerriana de junqueros. Tradición secular de extraer juncos del rio,
cortarlos, secarlos y venderlos. Tuvo que venirse a buenos aires para cuidar de
su abuela Carmen que padece mal de Alzheimer. Viven en congreso, frente a la
plaza. Abuela y nieta duermen y sueñan con volver a la costa del rio. Extrañan
su santo. Cuando la memoria visita a Carmen se ponen a mirar fotos blanco y
negro sobre el sillón. Son dos almas huérfanas sueltas en la ciudad. Mamushkas. Toman mate con bizcochos, se ríen,
miran juntas la novela. Ojos celestes, manos arrugadas, gastadas y frías. Abuela
y nieta. Una desea que su vida sea eterna, la otra anhela que suya sea
diferente. A los dos las une el rio que ya no oyen, el cielo que ya no ven. No
hay destino cierto en Sandra, le teme al futuro ¿Qué hará cuando su abuela ya
no esté más? ¿Que la atara a la ciudad? Carmen le pide perdón todas las noches
antes de dormirse por su enfermedad,
Sandra la abraza como se abraza a los
recuerdos para que se queden. La abraza y le lee versos de Juanele:
Fui al río, y lo sentía
Cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
Que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
Cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
Sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
Con sus primeras sílabas alargadas,
Pero no podía.
Duerme Carmen, llora Sandra. ¿Cuántas almas huérfanas pueden habitar
en un cuerpo?
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