Sandra no pregunta porque nos fuimos. Tampoco habla. Como si supiera el
motivo o simplemente no le importara. Caminamos apurados, sin agarrarnos la
mano. Lo que queda de la tarde la pasamos en silencio. En cada esquina mientras
esperamos que el semáforo nos de paso miramos el cielo que de a poco se va
oscureciendo. Desearía que Sandra desaparezca. Sé que si se va no la
extrañaría. Poco queda en mí de lo que sentía por ella. No la necesito al lado
mio. Hay dos motivos por los que no decido terminar: uno es la falta de
voluntad, el otro el miedo. Amamos por miedo y este es el sentimiento que hoy me
invade. Sandra es mi rehén. Subimos al departamento mientras nos vamos sacando
el abrigo. Una vez dentro la agarro de la cara. Sandra despertate y ándate, déjame, grítame lo basura que soy, abrí los
ojos, desnudame en pleno invierno, mostrame mis sueños, anda a buscar los tuyos
lejos de acá, no me toques, callame, pégame, ignorame. ¿No te das cuentas que soy
tu lastre? No te vayas Sandra, por favor despertame. Mientras pienso mi
lengua nada como un pez herido por su paladar, nos sacamos lo que resta de ropa
a las apuradas. Somos dos torpes desvistiéndonos. Me empuja a la cama con
vehemencia. Me tira del pelo, me muerde, me araña. Todos sus movimientos están
cargados de bronca. No es la Sandra que juntaba plumas en la plaza, ni la que
le lee versos de Juanele a su abuela Carmen. Esta bañada de excitación y dolor.
Me escupe la boca, me pasa su saliva por el cuello, por mi pecho. Luchamos por
subirnos uno arriba del otro, por el mero placer del control. Me insulta, me
coge, me ata. Sandra me ama mientras yo muero de miedo.
domingo, 26 de mayo de 2013
domingo, 19 de mayo de 2013
m. Matar al mimo
Poco para hacer el domingo. Amanecemos, desayunamos lo que queda en la
heladera y volvemos a la cama para hacer la digestión. Boca arriba miramos el
trabajo silencioso de la humedad que cubre todo el techo. Sandra comienza con las ofertas dominicales:
— ¿Queres que vayamos a visitar a tu mama?
—No, no tengo ganas hoy.
— ¿Hace cuánto que no vas?
—No me acuerdo, una, dos semanas.
— ¿Pero la llamas para saber cómo está?
—Sí, hace unos días hable. Estaba todo bien. Pero prefiero no sé, hacer
otra cosa.
No hablo con ella desde hace más de dos semanas, no sé nada de su vida.
Ella tampoco sabe de la mía ni me llama. Nuestro dialogo esta moribundo y nada
hacemos por revivirlo.
— ¿Y al cine?
—Ni idea que películas hay.
—Entonces a la plaza, comemos algo ahí y listo.
—Bueno.
Uno de los pocos placeres que me suelo dar a principio de mes es el viajar
en taxi. Bajamos, lo paro y nos subimos. Le indico nuestro destino: la plaza que
queda pegada al cementerio, cerca de la avenida. Sandra mira por la ventana y
se divierte hablando con el chofer. Mis ojos se turnan entre el taxímetro y la ficha con los datos personales del
conductor que cuelga detrás de su asiento. La leo, miro la foto, el espejo
retrovisor y vuelvo a los datos para regresar otra vez al taxímetro. Como los
carteles en las jaulas de los zoológicos que hacen una breve descripción del
animal en cautiverio, esta ficha ofrece su nombre, DNI , datos del auto y una
foto carnet. ¿Qué somos sino más que animales?. Detrás del bigote oculta los dientes manchados
de nicotina, igual que mi tío Octavio. Llegamos, como antesala de la plaza, Sandra me
obliga a acompañarla por la feria. A desgano y tropezándome con la gente
hicimos el recorrido de principio a fin, viendo todo, comprando nada. Nos
sentamos en el pasto. Con unos sanguches que compramos al vendedor de cara más
confiable y unas gaseosas, armamos un improvisado pic nic. Otra vez la digestión
en posición horizontal. No hay techo, pero si un cielo soberbio, celeste. Sandra
duerme. Me gusta, brilla inocente. Yo no puedo dormir, escucho todo alrededor,
gritos, cantos, llantos. Me levanto para acomodarme y los veo. Ahí están ellos,
llenándose de sol, acumulando el calor para pasar la noche en la calle. Reptiles.
Se arrastran por el pasto, por las veredas, sucios como siempre, con sus trapos
y bolsas. Me reconocen, los dejo de mirar, murmuran atrás mio. Uno se ríe y
suelta al aire: —Hace mucho que no venís pibe. La despierto a Sandra y nos
vamos. No entiende porque la apuro. No sabe de mis episodios, de las noches de
fantasmas. Nunca dejaremos de serlo.
domingo, 12 de mayo de 2013
l.Matar al mimo
—Había nutrias gigantes que destruían toda la
ciudad, invadían las avenidas, las plazas, talaban monumentos con sus dientes,
brotaban de la boca de los subtes. Decenas, ciento de nutrias corrían
desesperadas por las calles. Las personas gritaban de miedo, algunas saltaban
de los edificios, se suicidaban, mataban a sus hijos ante el avance roedor.
— ¿Para tanto?
—Te lo juro. Yo estaba en la esquina de la que
parecía ser mi casa y veía como delante de mí se levantaba una polvareda
monumental. Una horda, una manada de animales se acercaban, nada parecía
detenerlos. Me quede dura, no avance, no corrí, no hice nada. Firme me quede
esperando la embestida. La nutria alfa, la más grande de todas, con unos
dientes y garras respetables se me acerco. Freno el paso, jadeando, sudando. El
grupo que la acompañaba detuvo la marcha, quedo relegado, expectante. La nutria
se inclinó ante mis pies, agacho su cabeza, extendió sus patas y quedo a mi
merced. Atine a tocarla, tímidamente coloque mi mano sobre su pelaje. Le rasque
el hocico. Y ahí nomás me desperté.
— ¿Siempre el mismo sueño?
—No siempre, pero lo estoy teniendo bastante seguido.
— ¿Así que una nutria gigante se inclina delante tuyo después de romper
toda la ciudad?
—Eso mismo, como si yo fuese un ser superior, no sé, como su amo.
—Vos sos una reina, vení, dame un beso.
—No salí, me estas cargando.
—Te juro que no, a mí también me paso de haber soñado cosas sin sentido. Acercate,
dale, dame un beso.
—Basta, no quiero.
En su negativa siempre hay un dejo de aprobación. La beso, la embisto. Ella
me recibe sin poner ninguna resistencia. Se deja, se entrega. Beso sus labios,
enredo mis dedos en su pelo, ato mis manos a su cuello. Nuevamente los pétalos
brotando de su boca. Muerdo su pera, despacio, suave, de la misma manera que baja
mi lengua por su cuello tratando de absorber el primer sudor producto de la
excitación. Nos dejamos caer arriba de la cama. Balbucea, le respondo,
balbuceo, un nuevo idioma nos abduce. Nuestras extremidades se transforman en antenas.
Nos abrazamos y enroscamos entre sabanas que huelen a carne cruda. Somos nutrias,
somos caballo y jinete en plena doma, de horizontal a vertical. Rendidos mirando
el cielorraso no quedamos un rato, pocos minutos, hasta que la realidad revela
nuestra desnudes y deja al descubierto la vergüenza.
domingo, 5 de mayo de 2013
k. Matar al mimo
No supe su nombre hasta recién el segundo encuentro en la plaza. Al principio
nos veíamos de a ratos, durante mi hora de almuerzo. Yo hacía dos meses que me había
ido de la casa de mis papas. Todavía nadie había visitado el monoambiente. Pasaban
las semanas y con ellas nuestra incapacidad para poner un freno ante el avance
de los deseos. Entraron para quedarse, como los miedos. Sandra aún conserva la
frescura de la niñez intacta en un cuerpo frágil e ingenuo. A pesar de su corta
edad, ya había visitado los recintos de la humillación. Hija mayor de una
familia entrerriana de junqueros. Tradición secular de extraer juncos del rio,
cortarlos, secarlos y venderlos. Tuvo que venirse a buenos aires para cuidar de
su abuela Carmen que padece mal de Alzheimer. Viven en congreso, frente a la
plaza. Abuela y nieta duermen y sueñan con volver a la costa del rio. Extrañan
su santo. Cuando la memoria visita a Carmen se ponen a mirar fotos blanco y
negro sobre el sillón. Son dos almas huérfanas sueltas en la ciudad. Mamushkas. Toman mate con bizcochos, se ríen,
miran juntas la novela. Ojos celestes, manos arrugadas, gastadas y frías. Abuela
y nieta. Una desea que su vida sea eterna, la otra anhela que suya sea
diferente. A los dos las une el rio que ya no oyen, el cielo que ya no ven. No
hay destino cierto en Sandra, le teme al futuro ¿Qué hará cuando su abuela ya
no esté más? ¿Que la atara a la ciudad? Carmen le pide perdón todas las noches
antes de dormirse por su enfermedad,
Sandra la abraza como se abraza a los
recuerdos para que se queden. La abraza y le lee versos de Juanele:
Fui al río, y lo sentía
Cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
Que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
Cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
Sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
Con sus primeras sílabas alargadas,
Pero no podía.
Duerme Carmen, llora Sandra. ¿Cuántas almas huérfanas pueden habitar
en un cuerpo?
miércoles, 1 de mayo de 2013
j. Matar al mimo
Cuando descubrí que tenía los bolsillos llenos de pasado, en ese
momento apareció Sandra. Para ese entonces acumulaba más derrotas amorosas que
victorias. No pensaba que iba a ser parte de su futuro, que íbamos a compartir juntos
los días como lo seguimos haciendo. Hay una fibra invisible que nos une, un
lazo imperceptible para el afuera que nos mantiene vivos. La primera vez que la
vi, ella andaba gastando la suela de sus zapatos en la plaza que queda a cinco
cuadras de mi trabajo. Caminaba a paso lento, con una dulzura inusitada pisaba
las baldosas del parque. Su mirada se perdía en las ramas que se fusionan con
las nubes y el cielo, yo me quedaba tildado observando su mirar. La ropa
holgada que vestía me invitaba a imaginar su cuerpo. Pequeños pechos moviéndose
al compás de su andar. Uvas carnosas. La suavidad de la manzana hecha carne,
blanca y fina su piel. Jugo de naranja su boca. Siempre el mismo vestido azul,
juntos al pañuelo cubriendo el cuello y el mismo espectador sentado sobre el
pasto. Llevaba colgando un morral verde donde colocaba las plumas que juntaba
del suelo. Un atardecer, con una excusa absurda, me fui antes del trabajo. Corrí
hasta la plaza para poder verla. Antes de llegar iba tomando coraje, me convencía
de que la miraría a los ojos y sin más, le daría un beso que la haría temblar. Tembló
mi boca cuando le quise hablar. Hablo Sandra por mí. Mi voz fue silencio frente
a ella. Ella rio. Reí. Reímos juntos. Juntamos las plumas que aún quedaban.
Quedamos tendidos en el pasto de la plaza entre uvas, manzanas y plumas.
domingo, 28 de abril de 2013
i. Matar al mimo
Sentados en la terraza con los pies colgando nos miramos. La lluvia
que cayó hace unas horas despejó el cielo dando paso a la luna que está
colgada en el centro, arriba nuestro.
— ¿Alguna vez pensaste que pasaría si te morís?
— Nunca pensé en morirme.
— Imaginatelo un segundo
— Nada, todo andaría igual, hasta vos seguirías haciendo las mismas
cosas de siempre. Todos somos prescindibles por suerte.
— Te equivocas, nada sería igual. A veces lo imagino y me pongo a
llorar.
— ¿Me imaginas muerto? Qué lindo, gracias.
— Que tonto, bueno no sé si muerto, más que nada la sensación de que
no estés más y me angustio, me da miedo.
—Nunca lo pensé.
—También me asustan las promesas, no entiendo para que existen.
—Supongo que para cumplirlas.
—Lo que no llego a comprender es porque las hacemos.
— ¿Por miedo?
— Me gusta que estemos acá.
— ¿Viste el cielo?
— Se despejo todo, está iluminado, ¿y si
ponemos pausa?
— No es mala idea, me gusta.
— A mi mucho. Dame la mano. No me sueltes, ¿me lo prometes?
Son pétalos los que mordemos cada vez que nos besamos. Somos un mismo
rio, la draga que busca en la profundidad. Pétalos rosas, blancos, amarillos
florecen entre sus labios. Cuatro ojos fundidos en la unidad del beso. Sandra
me pide que no la suelte. Yo sigo sin creer en las promesas.
jueves, 25 de abril de 2013
8. Matar al mimo
La primera revelación, la inútil explicación:
la muerte. La carne blanca y fría, la boca cerrada al igual que sus ojos. Las manos
sobre la panza como quien sufre un fuerte dolor abdominal. La ropa aun puesta. El
sol que se filtra por debajo de la puerta, rebotando en la camilla metalizada
donde descansa el cuerpo sin ánima. Nada queda, hasta la vida vence. Las anécdotas
sobre promotoras decía que me las guardaba para cuando yo creciera. Nunca llego
a contármelas. Mi tío Octavio murió de un paro cardiaco 20 minutos antes de que
finalice la carrera que se disputaba en comodoro Rivadavia. Su piloto preferido
fue al velorio y desplego sobre el ataúd la bandera de Ford. Un mar amarillo formaba
la caravana de taxis con las luces bajas que acompañaban el féretro hasta el
cementerio, ese día no habría trasnoche en la estación de servicio. Todos alrededor
de la fosa donde los gusanos esperaban hambrientos comenzar su trabajo. Reciclar.
Despacio bajan el cajón, evitando que se golpee como si todavía existiese la
posibilidad de que el cuerpo sienta dolor. Toca el suelo, suben las sogas. Los llantos
y gritos aparecen en el mismo momento que la tierra es arrojada. Pedazos grande,
pequeños, nadie queda sin tirar, todos quieren taparlo. Esto es más o menos lo
que me conto mi mama. Nunca vi su cuerpo, nunca estuve en el velorio, nunca fui
al entierro, nunca visite su tumba.
martes, 23 de abril de 2013
7. Matar al mimo
La cara B era mi tío Octavio, el
hermano de mi papa. Fue él quien me enseño algunas de las cosas que nunca se
olvidan: Atarme los cordones, andar en bicicleta, tomar agua de la manguera y a
hacer pis sin bajarme los pantalones. Teníamos una relación fluida. Era una
fiesta cada vez que nos visitaba, me podía quedar despierto escuchándolo contar
historias hasta dormirme sobre el mantel. Su voz se metía en mis sueños de
sobremesa. Tenía dos trabajos que estaban ligados de alguna u otra manera. De
viernes a domingos era banderillero de turismo Carretera. Trabajo del que
adquirió dos cosas: primero una destreza y fuerza en su brazo izquierdo, que yo
aprovechaba cuando me colgaba como un orangután drogado, y segundo, de tanto
asado y juntada, un dominio para la oratoria que dejaba deslumbrado hasta al más
incrédulo de los mortales. Mantenía en vilo a cualquiera con historia de autos,
accidentes y viajes por el país. Su otra ocupación era la de ser taxista, de martes
a jueves. Quería seguir cerca de los motores, mecánicos, parrillas al paso y semáforos. Los lunes se
los reservaba para sacarme a pasear. Con el permiso de mi papa, me llevaba en
el taxi a recorrer la ciudad. Me dejaba viajar en el asiento de adelante. Los
taxis siempre tienen impecable la butaca del acompañante. Contento estaba mientras
duraba el viaje, me mostraba las avenidas, los recovecos, los atajos, las
vivezas y terminábamos en su estación de servicio preferida. Después de saludar
al encargado, de piropear y sonreírle a la chica que atendía el minimercado, de
esquivar estanterías con aceites y lubricantes, me compraba una coca y un
paquete de merengadas. Sonrisas, toda la tarde sonrisas. Sigo pensando que mi
mama estaba enamorada de él, o era mi deseo de que fuese él mi papa, y no su
hermano. De souvenir me llevaba un pedacito de estopa de la estación sin que
nadie se diera cuenta. Lo guardaba en el bolsillo para luego dejarlo debajo de
la almohada. Pensaba que así, mi tío Octavio, aparecería en los sueños.
jueves, 18 de abril de 2013
6. Matar al mimo
Había un espejo grande en el
pasillo del departamento. Delante de él pasaba todas las mañanas para ir al
colegio. También desfilaban los soliloquios de mi papa ante una mala nota, ante
mis zapatillas desperdigadas por todos
los rincones de la casa, la puerta abierta de la heladera, las contestaciones a
mi mama, mis pies descalzos, el encendido del televisor, el rellenado de la
jarra de jugo, el lavado de la taza de café, el orden de la habitación, la ropa
sucia, mi andar desalineado, las noches de desvelo, su pedido de que me duerma
y su reclamo para que estudie. Directivas. Rígido. Disco. Se tornaba una tarea
humanitaria escucharlo repetir todo más de una vez. No se cansaba del mismo
relato. Estaba chipeado para mantener un discurso monótono por varios minutos
seguidos. Maldijo cuando dejo ser obligatorio el servicio militar. Nunca paro de vociferar lo bien que me hubiese hecho hacerlo. Yo le retrucaba que no
le vendría nada mal, empezar por estar más en casa. Oportunamente aparecía mi
mama para poner un freno a la discusión y mandarme a mi cuarto, con el grito
enfermizo de fondo mi papa despotricando contra toda mi humanidad, mis
caprichos y ante mi supuesta pedantería. Antes de irse a dormir, sigiloso se
paraba detrás de la puerta de mi habitación y desafiándome decía: “Marica. Que
descanses”. Escondidos. Él atrás de la puerta, yo debajo de las sabanas. 10 años
tenía para ese entonces.
martes, 16 de abril de 2013
5. Matar al mimo
A los juguetes siempre debía ordenarlos
en sus correspondientes cajas rotuladas y de diferentes colores. No salían de
casa, no descubrieron el cielo. Nunca entró mi papa a la habitación. Del bingo
al baño y a su dormitorio. No conocía mi hábitat, no le importaba el mundo que
podía construir con dos muñecos y una soga. Siempre la televisión o su ausencia
acaparaban la escena. Mientras tanto mi mama hacia lo imposible por no quedar
mal en sus quehaceres domésticos. Innovaba con recetas modernas, probaba alguna
recomendación culinaria que le había comentado una vecina. Arriba del mantel servía
sus intentos y frustraciones. Siempre a la espera de una devolución que nunca
llegaba. Cenas en silencio. La comida costaba tragarla, raspaba la garganta
cada bocado. De ahí deriva mi manía por masticar decena de veces lo que como.
Líquidos entran los alimentos que consumo. Nunca los vi besarse delante mío,
nunca se refirió a mi mama de manera afectuosa, siempre se dirigía a ella por
su nombre, un enfático y seco Emilia. Cambiaba un poco su actitud cuando había
algún tipo de evento familiar. Ahí él se soltaba y dejaba que su brazo le
rodeara la cintura a ella. Hasta recuerdo que más de una vez en esas reuniones,
tenía el tic de acariciarme la cabeza, recorrer su geografía. Se lo notaba
animado y no era pose. Algo que nunca supe que, activaba un mecanismo poca
habitual en su accionar. Eran breves esos momentos. Cortos. Con que poco nos
conformábamos mi mama y yo. El roce de su mano sobre mi pelo, quería que durara
horas esa caricia. Nunca entendió lo que me hacía falta. Soy la esquirla de la
bomba del pasado.
domingo, 14 de abril de 2013
4. Matar al mimo
Sus ratos libres los gastaba en
el ejercicio de la lectura. No solo se alimentaba de telenovelas, sino que además consumía
libros. Los devoraba. Más de una vez la encontré
sentada en el sillón con las piernas en cruz escribiendo en un cuaderno. Escribía
rápido, con la mirada fija en la hoja cuadriculada. Apretaba fuerte la birome,
como si tuviese miedo de que se escapara y perdiera lo que debía escribir. Pasaba
las carillas, no frenaba. No era mi mama la que estaba en el sillón. Nunca pude
leer lo que escondía en esas hojas. Se encargaba de guardar la libreta en
profundos estantes, junto a tantos secretos que deben reposar olvidados en los
finales de los muebles. Tampoco notó que la observe, jamás se lo dije, no
quería quitarle el único momento de intimidad que tenía. Me gustaba verla en
esa situación: ella, su cuaderno y el sillón. Me hubiese gustado eternizar ese
momento, hacerlo pintura. Ella se perdía, escribía y se volvía a perder de
nuevo. No levantaba la mirada, la fundía con las líneas del papel. La tinta se
deslizaba formando frase que ella disfrutaba con una sutil sonrisa. Era tantas
y una sola a la vez. Virgen de sal. Los fines de semana con mi papa en el
departamento el accionar de ella cambiaba drásticamente. Nada de sillón, menos
de sonrisas. Ella trocaba su cuaderno por la revista de sopa de letras. Armaba
las palabras que su boca no se animaba a vomitar. 4 letras, vertical.
martes, 9 de abril de 2013
3. Matar al mimo
La discreción siempre fue una característica en
la familia. Pocos sabían lo que realmente sucedía dentro de casa. ¿Cómo hacían
para que nuestras paredes fuesen muros infranqueables? Lo posibilidad de un
dialogo entre los tres hoy es imposible. Mi papa murió hace menos de un año en
un accidente de tránsito. Nunca me dejaron ver su cuerpo desfigurado por las
chapas y vidrios del auto. Pero lo imagino. Según mi mama era una manera de
protegerme. ¿De qué? Pobre, cada vez le cuesta más comunicarse conmigo, y no se
lo reprocho, la comprendo en algún punto. Quiero intentar seguir escribiendo
sobre mi infancia. Agoto los recursos para poder hacer memoria. Traer al
presente los recuerdos de mi niñez. Sobran imágenes, pero cuesta unirlas, ponerles
movimiento. La dinámica familiar no era muy distinta a la de cualquier familia
media de la ciudad. Mi papa trabajaba, mi mama ama de casa y yo nada. O mejor
dicho, lo que hace un chico durante sus primeros años de vida: dormir, comer,
llorar y jugar. Básicamente esa era mi actividad diaria. El partía y ella se
ocupaba de mí, él llegaba y ella lo atendía. Su siervo. Mientras ella comenzaba
la ceremonia marital, yo me perdía en las decenas de fotos que había en un mesa
ratona del comedor. Todas con portarretrato metalizado, de diferentes tamaños y
textura. Por cuestiones de óptica, a las fotografías que ayer miraba como se
mira un pasacalle, hoy les quito el polvo de encima. Develo los rostros.
Lacrimosas imágenes que alimentan el silencio, la impotencia.
domingo, 7 de abril de 2013
2. Matar al mimo
Hijo de Miguel Antonio Doproy y
Emilia Blas, nací el 14 de mayo de 1989, el mismo día que Carlos Saúl Menem
gano las elecciones presidenciales. Soy un hijo más de la convertibilidad. Como
ecos siguen resonando los reproches por haber nacido el mismo día del sufragio
“justo viniste a nacer el día en que hay que votar, mira si serás inoportuno”.
Lo que más le molesto a mi papa no fue el hecho de no poder ir a la escuela del
barrio, encontrarse en el padrón, hacer la fila interminable, buscar la boleta
dentro del cuarto oscuro y depositarla en la urna, sino no poder decir orgulloso
frente a su grupo de amigos que él también lo había votado. Hijo único de una
familia de clase media. Mi mama siempre me contaba la misma historia, de lo
complicado que fue el embarazo, lo mal que la paso durante mi gestación y de lo
sola que estuvo. Los recuerdos que tengo de mi infancia se van esfumando con el
correr de los años, pareciera que no fueron tan intensos o que algo en mi
intentara borrarlos. Todo se vuelve evanescente. Para ese entonces vivíamos en
el barrio de Palermo, en un departamento de 3 ambientes con vista a la Av.
Santa fe. Mi habitación era bastante ruidosa y amplia. Debido a la obsesión
enfermiza de mi madre por la combinación de colores, la alfombra tenía la misma
tonalidad que las sabanas y las cortinas. Las paredes estaban empapeladas con discretos
diseños de dibujos. A medida que fui creciendo me ocupe de ir cubriéndolos con diferentes
manifestaciones de arte rupestre realizadas con crayón. Y así fui tapando. La
fina tarea de avanzar sin analizar. Tapar, una constante del que no mira atrás.
jueves, 4 de abril de 2013
1. Matar al mimo
Lunes 6 de Agosto de 2012
Este mediodía desde el Hospital N° 50 José de San Martin de la localidad
de Arroyo Seco dieron a conocer el resultado de la autopsia realizada a la
víctima fatal del accidente de tránsito ocurrido sobre la Ruta Nacional N° 9
camino a Rosario.
Según lo informado desde la comisaria N° 27 en referencia al resultado
de la autopsia realizada a la víctima fatal del accidente de tránsito ocurrido
en horas de la mañana, el señor MIGUEL DOPROY falleció debido a “MUERTE POR
ARROLAMIENTO, TRAUMATISMO ENCEFALICO GRAVE. PARO CARDIORESPIRATORIO POR
CONSECUENCIA DE POLITRAUMATISMO GRAVE”. Recordemos que la víctima había
protagonizado a horas 09.00 aproximadamente un accidente junto a un tractor con
acoplado en el que viajaban 6 peones rurales cuyo conductor se desplazaba por
la Ruta Nacional N° 9 a unos 7 kilómetros de la localidad de Arroyo Seco. Por
causas que se tratan de establecer fue colisionado desde atrás por el señor
Miguel Doproy, conductor de una camioneta marca Ford.
Producto del violento impacto los ocupantes del acoplado salieron
despedidos, quedando dispersos sobre la cinta asfáltica, aún continúan
internados afectados con lesiones varias en el Hospital local.
Aún conservo el recorte del
diario La Posta de Arroyo Seco donde figura el accidente de tránsito que tuvo
mi papa. No sé por qué lo guardo todavía, quizás es una manera de asegurarme su
desaparición. Una autopsia, varios heridos y una sola muerte, o dos, la de mi
papa y la de mi mama en vida. Todo cambio desde ese momento, yo en primera instancia. Guardo el recorte dentro
de una carpeta junto a recuerdos de mi infancia, se pierde entre dibujos,
figuritas del mundial Francia 98´ y
cartas de mis primeras novias. Ahí descansa él, su ruta 9, su muerte y mi alivio.
domingo, 24 de marzo de 2013
h. Matar al mimo
Donde el rio alcanza al mar,
donde todo se mezcla y se confunde, donde los colores empiezan a fusionarse y
la fauna abisal cruzan la frontera, ahí mismo me encuentro. Abombado y aturdido
por la profundidad en la que estoy, mi cuerpo flota entre el suelo y la
superficie. Levita. La distancia que tengo para sacar la cabeza fuera del agua
es la misma que hay hasta tocar el suelo barroso. Entre la turbidez llego a ver
algún que otro animal, peces de diferentes tamaños, texturas e intenciones. Mi indecisión
sobre si salir o quedarme sumergido hace que estos se me acerquen. Tímidos posan
su boca sobre mis carnes podridas. Van de a poco, con la minuciosidad de
antiguos relojeros, devorándome, y a su vez lo hacen entre ellos. Comen y son
comidos. Hambrientos exhiben sus mandíbulas, decenas de agujas entran y salen. Por
momentos lo disfruto, una leve excitación recorre por mi espalda erizándome los
pelos bajo el agua. Caen anclas cerca mío alejando el cardumen carnívoro. Al enterrarse
ciento de recuerdos comenzaron a flotar: el primer beso que me dio, la primera
vez que me toco y la única vez que llore, entre otros. Caigo al fondo con lo
que resta de mí cuerpo, vomitando aire que se pierde en las alturas iluminada
por un sol que no veo. No llega a ser una cueva lo que distingo, sino más bien
un refugio. Me acerco, despacio, como suceden las cosas en el fondo del agua. Una
vez más mis muertos, sentados en ronda, uno al lado del otro. Esta vez no
pronunciaron ni una sola palabra, solo me miraron y temblaron de terror, como solía
hacer yo ante cada embestida.
jueves, 21 de marzo de 2013
g. Matar al mimo
El silencio de la casa y su
oscuridad generan en mí una incomodidad repentina que aplaco con el volumen
alto de la televisión y el encendido de mi pobre stock de luces. Nada en la
heladera para cenar. Al café le estoy comenzando a endosar más virtudes
alimenticias que a la soja. Tampoco nada para hacer. Hay un dejo por retomar
aquel libro de tapa roja que esta entre tantos papeles huérfanos en la repisa. Mejor
otro día, hoy cuesta concentrarme. Prendo la computadora en busca de poner un
poco el cerebro en remojo. Siempre las mismas páginas, canciones, los
reiterados laberintos para dar con ese video buscado, las repetidas
conversaciones y los esperanzadores refresh. Infinitas horas tildado frente al
monitor. Debajo de la ducha limpio mi cuerpo y dejo que la lluvia caiga sobre
la nuca. Me quedo en esa posición varios minutos. Repito la misma escena pero
ahora la que recibe esa catarata artificial es mi cara. Retumba adentro. Mi
cuerpo de cinc llegada la noche se torna permeable. Apago todo lo prendido en
el monoambiente. Otra vez el silencio y la oscuridad. Ya no hay televisor ni
luz que encender, la incomodidad se agranda a medida que pasan los minutos.
Arrojo miradas para cada rincón del departamento, nada queda sin ser observado.
Me cubro la cabeza con el acolchado y cierro los ojos. Nado en el líquido amniótico dentro de la
panza de mi mama, buceo entre las sabanas y almohadas, me zambullo, respiro y
vuelvo a nadar atado. Desearía volver. Nadie duerme en la ciudad.
lunes, 18 de marzo de 2013
f. Matar al mimo
Volver a casa después del trabajo
no siempre suele ser placentero. Formo parte del malón que es bebido por las
bocas del subte. Como una bocanada, somos abducidos por el bólido metálico con
destino incierto. Una vez dentro se brinda la lucha cuerpo a cuerpo, ni si
quiera por el asiento, sino por la mera fortuna de entrar. Nada termina ahí,
sino que es la antesala de lo que viene. Manadas que bajan y entran en cada estación,
la puja entre los que salen y los que anhelan ingresar. Reflexiono sobre la
dicotomía que suele presentarse en el barrio chino. Barrio que de por si me
genera un rechazo inusitado. No hablo desde una xenofobia oculta, reprimida,
sino por el plus, lo in, lo cool, el town que la gente le endosa. Chinos dueños
de negocios donde trabajan peruanos que deben sonreír, ante la pedantería
argentina. Barrio donde uno tiene que esquivar desde un escupitajo nipón, un
vomito inca, hasta la caca pocket de los perros de edificio. Todo en una misma
cuadra, o peor aún, en una misma baldosa. Bajo los techos de luz de tubo blanca,
ocultándose de los últimos rayos y del agua de la luna, se asoman los cartones
y colchones flacos que forman parte del paisaje mundano. Ahí están ellos. Más de
una vez en las noches que me habitan los fantasmas, he descargado mi frustración
contra sus cuerpos de hueso y trapo, fueron varias las veces que los golpee,
los bese y dormí con ellos. Y así como soy parte del malón que regresa a su
hogar, también pertenezco a la horda maloliente que copa las veredas. Siempre obedecen
a quien les da de comer. No existe en ellos el rencor, después de una golpiza,
los puedo abrazar con la misma intensidad. Aunque repetidas veces los escuche reírse
a mis espaldas, burlarse de mi destino.
jueves, 14 de marzo de 2013
e. Matar al mimo
La oferta es abundante, no así el
buen gusto. Puedo sentarme frente a un grupo de abogados con la panza llena de
expedientes, compartir la mesa con yupis de outlet que cuidan más al celular
que a su madre, comer algo con secretarias que huelen a perfume de oferta, juntar los codos en la barra con albañiles o almorzar
en la vereda como el coctel étnico que mira asombrado las luces y los vidrios
espejados. Nada de eso. Me acomodo bajo el sol que cubre el pasto de la plaza. Una
vez acostado cierro los ojos, dejo por un momento los miedos que te impone la
ciudad. Pienso, aunque no lo quiera hacer. Los resultados últimamente no son
favorables. Lejos estoy del sueño que tenia de chico, de las proyecciones de
adolescente y de las certezas veinteañeras. Nada hay en mí de lo que quise ser.
Un papel de color con forma de origami, levitando sobre el cemento, alcanzando
el primer roció del invierno para bañarse sin que nadie me vea. La nota que entra
por el oído y avanza hasta clavarse como lanza en el pecho, rebotando
infinitamente haciendo flotar el cuerpo. La risa que se forma en tu boca al
verme llegar. Nunca tan lejos como ahora. Pienso en singular. Las amistades las
perdí hace unos años atrás cuando el egoísmo empezó a dar sus primeros pasos. La
soberbia también hizo lo suyo. El olor a marihuana que viene del picnic
improvisado de oficinistas a metros mío me despierta. Como última imagen me
quedo observando una joven pareja dándole a la bolsa. Inhalo, exhalo, inhalo,
exhalo y vuelo a trabajar.
martes, 12 de marzo de 2013
d. Matar al mimo
Dentro del ascensor, frente al espejo
me quito las gotas de sudor de la cara y el cuello. Intento bajar las
palpitaciones, respirar profundo, lento, para que no sospechen lo sucedido, que
no haya signos de mi corrida. Un mismo saludo para todos los compañeros de
trabajo. Mi presencia pasa inadvertida. Oraciones unimembres brotan de mi boca.
Cada mañana el mismo deseo de abandonar este empleo, buscar algo mejor, algo
que tenga que ver conmigo. En ese punto se detiene el deseo, se traba, no
encuentra el rumbo y sigo con la rutina laboral. Cantidad de papeles que son
pasados a la computadora para que vuelvan a ser papeles un tiempo después,
siempre el mismo ciclo. Soy el más joven del lugar, observado por mis colegas
que anhelan tener mi edad para levantarse y abandonar estas malditas sillas. Pero
ya son años revolviendo la misma taza de café, completando el claringrilla a
escondidas, cerrando el paquete de galletitas para que no le entre humedad. Llevan
décadas de aguinaldo, vacaciones, de abonos de tren, pomada de zapatos y nudos
de corbata. Anclas. La aguja estaciona en el mismo número cada mediodía.
Algunos almuerzan adentro, yo prefiero hacerlo afuera, mentirme por un rato que
esa no es mi vida.
domingo, 10 de marzo de 2013
c. Matar al mimo
El olor a tortilla cocinándose al
carbón se mezcla con los frenos gastados del tren. Cada viaje es una muestra de
que la asepsia no existe entre las personas. Ni el respeto, ni el espacio para
que este exista. La estación terminal se caracteriza por la cantidad de gente
que hay tanto parada como acostada comiendo, durmiendo y pidiendo. Una vez fuera del vagón inicio el recorrido habitual a pie hasta el trabajo. Pero esta
mañana algo no anda bien, nada transcurre como todos los días. De a poco
comienzo a oír unos sutiles silbidos, algún que otro grito. Como gotas de una
canilla mal cerrada, caen sobre mi cabeza minúsculos escupitajos,
intimidatorios diría. Un golpe en la espalda interrumpe mi pensamiento. Intento
emular a los caballos de turf: avanzo sin importar lo que suceda detrás, pero
se torna imposible, algunos manotazos se vuelven cada vez más bruscos. Sujeto con
fuerza mis pertenencias con la intención de que se hagan carne en mí. Me detengo.
Giro. Cuatro son ellos. Exigen. La gente alrededor pasa como posesa repitiendo
la misma coreografía una y otra vez. No intervienen en la escena. Ante el
primer intento de arrebato, comienzo a correr. Rápido, para adelante voy
corriendo con mi mochila colocada como chaleco antibalas, la abrazo como la
embarazada abraza su panza las noches de arrepentimiento. Por momentos cierros
los ojos y sigo corriendo, siento que con ellos cerrados voy más rápido. Zancadas
largas esquivando personas, carros, automóviles, cantidad de obstáculos se interponen
entre mis fantasmas y la meta. Huyo, como lo hago todos los días. Como lo hago
desde que recuerdo, huyo y escapo. Esta vez del grupo de cuatro, las otras
tantas aun sigo sin encontrar el porqué.
jueves, 7 de marzo de 2013
b. Matar al mimo
A cinco cuadras de la estación de
tren queda mi casa. Monoambiente, luminoso, monoambiente. Conmigo viven las
facturas de los servicios que se empecinan en que las levante del suelo, junto
a la ropa sucia y el polvillo que entra por la ventana. A pesar de que la luz
sea lo que más abunda, no suele ser un ambiente fresco, saludable. Cinco
cuadras. Siempre las mismas veredas, las mismas persianas bajas y altas.
Mientras esperaba que el semáforo me dé luz verde para avanzar, se cruzó
delante de mí una mujer. Una chica. A medida que pasa el tiempo presto atención
a detalles que antes los pasaba por alto. 7.15 am los jumpers copan la parada y
se adueñan de las miradas. Comencé a imaginarla en mi monoambiente, en mi camacocinaliving.
Como esos lentes diminutos quedarían sobre mi mesa, como caería sobre el
parqué la carpeta número 5, como desataría los cordones de zapatos ya
gastados, como quitaría el mismo uniforme usado el año anterior, como la vincha
quedaría durmiendo entre mi almohada y ella, como su cuerpo frágil se taparía
pudoroso con las sabanas, como las medias quedarían a media asta, como sus
dedos avanzarían hasta el encuentro con los míos, como sus muslos temblarían
ante el recorrido de mi lengua por su cuello, como los gemidos se
multiplicarían en el recinto, como su pelo se despeinaría, como sus ojos
mirarían asombrado mi sexo, como su boca confesaría la travesura a las
compañeras de grado y como perdí el tren delante de mi nariz, el mismo tren de
todos los días.
lunes, 4 de marzo de 2013
a. Matar al mimo
Un destello
blanco sucedió dentro de mí acompañado de un sonido ahogado. Blanco y ahogado,
así fue el destello. Por no creer en los cielos descarte la posibilidad de
alguna artimaña de los astros. Le reste importancia hasta entrada la noche.
Cuando me acosté nuevamente el destello blanco y ahogado comenzo dentro de mi cabeza.
Como una bomba que explotaba en el centro del cráneo, cubriendo todo el cerebro
de un humo gris. El hongo nuclear se elevaba lentamente, como la espuma
efervescente del champagne. Quede duro, se me tildaron las ideas, se congelaros
mis ojos. Todo enmudeció alrededor. El humo bajo junto al ruido ensordecedor.
El sol en el medio del cielo iluminaba mi desnudes que reposaba sobre unas
ramas secas que propiciaban de cama. Nadie más estaba ahí, solo se veía la
selva a metros de mis pies callosos. Arrastrando el cuerpo mitad despierto y
mitad dormido, decidí entrar y perderme dentro de la soberbia flora. Después de
varios minutos de caminata me topé con un viejo árbol, un ombú. De él colgaban
cabeza para abajo, todos mis muertos. Me acerqué y llore delante de cada uno de
ellos. Los escupí, los golpeé y los termine besando. Después de varios minutos en silencio, mientras la luna comenzaba
su ritual, todos juntos, al unísono, gritaron: ¡matar al mimo!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)