martes, 9 de abril de 2013

3. Matar al mimo

La discreción siempre fue una característica en la familia. Pocos sabían lo que realmente sucedía dentro de casa. ¿Cómo hacían para que nuestras paredes fuesen muros infranqueables? Lo posibilidad de un dialogo entre los tres hoy es imposible. Mi papa murió hace menos de un año en un accidente de tránsito. Nunca me dejaron ver su cuerpo desfigurado por las chapas y vidrios del auto. Pero lo imagino. Según mi mama era una manera de protegerme. ¿De qué? Pobre, cada vez le cuesta más comunicarse conmigo, y no se lo reprocho, la comprendo en algún punto. Quiero intentar seguir escribiendo sobre mi infancia. Agoto los recursos para poder hacer memoria. Traer al presente los recuerdos de mi niñez. Sobran imágenes, pero cuesta unirlas, ponerles movimiento. La dinámica familiar no era muy distinta a la de cualquier familia media de la ciudad. Mi papa trabajaba, mi mama ama de casa y yo nada. O mejor dicho, lo que hace un chico durante sus primeros años de vida: dormir, comer, llorar y jugar. Básicamente esa era mi actividad diaria. El partía y ella se ocupaba de mí, él llegaba y ella lo atendía. Su siervo. Mientras ella comenzaba la ceremonia marital, yo me perdía en las decenas de fotos que había en un mesa ratona del comedor. Todas con portarretrato metalizado, de diferentes tamaños y textura. Por cuestiones de óptica, a las fotografías que ayer miraba como se mira un pasacalle, hoy les quito el polvo de encima. Develo los rostros. Lacrimosas imágenes que alimentan el silencio, la impotencia.

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